Para ello, pensé durante la semana donde iría a ver amanecer. Barajé varios lugares cerca de casa y al final, mientras hablaba con una amiga en mi cocina, lo supe: en ese momento vivíamos un atardecer de libro. Luna llena, la montaña llena de colores, el cielo inmenso … ¡claro!, el mejor amanecer y atardecer lo tengo delante. Desde mi ventana (sí, también me ahorraba levantarme media hora antes para desplazarme, pero en este caso la razón de peso eran las vistas) De ese modo todo era más íntimo.
Llegó el día y, a pesar de haberme acostado pasadas las 2, un ratito antes de las 6 me desperté y sin hacer ruido me fui al salón. Preparé café, mi la cámara, abrí las ventanas para que se colara el frío de la sierra y el canto de cientos de pájaros y me dispuse a disfrutar del amanecer a solas pero sabiendo que en ese momento mucha gente más andaba cazando esa primera luz del día.
No hice grandes fotos, pero sí viví un gran momento. A solas. Conmigo. Mirando al horizonte desde mi nueva casa. Mirando mi horizonte.
Gracias a quien nos mueve a hacer cosas así.
Si quieres saber más del proyecto: DESPIERTA
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